Che Guevara.

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Ernesto Che Guevara

El ataque a Bueycito

Junto con las prwnerae manifestaciones de vida independiente, comenzaron los problemas en la guerrilla. Había ahora que establecer una disciplina rígida, formar los mandos y establecer en alguna forma un estado mayor para asegurar el éxito en nuevos combates, tarea nada fácil dada la poca disciplina de los combatieates.

Apenas formado el destacamento, se separó de nosotros un compañero querido, el teniente Maceo, que fue a Santiago en una misión y al que ya no veríamos más, pues sucumbió allí en la lucha.

Hacíamos también algunos ascensos, el compañero William Rodríguez era ascendido a teniente y también Raúl Castro Mercader. Con esto tratábamos de ir formando nuestra pequeña fuerza guerrillera. Una mañana nos encontramos con la desagradable nueva de que había desertado un hombre con su fusil, un arma de calibre 22 que era preciosa en las condiciones deplorables de aquélla época; al desertor le decían el Chino Wong, era de la vanguardia y se había encaminado seguramente a su barrio en las estribaciones de la Sierra Maestra. Se mandaron dos hombres en su seguimiento, pero como para quitarnos esperanzas de éxito en la misión, se produjo te reincorporación de los compañeros Israel Pardo y Banaderas que después de buscar infructuosamente a deserto res anteriores volvían a la guerrilla. Israel, por sus conocimientos del terrena y su gran resistencia física pasaría a hacer funciones especiales a mi lado.

Empezamos a elaborar un plan muy ambicioso, que consistía en atacar primero a Estrada Patena al filo de la noche, enseguida dirigirse a los pueblos cercanos de Yara y Veguitas, tomar las pequeñas guarniciones y volver por el mismo camino nuevamente a la montaña. De esta manera podíamos tomar tres cuarteles en un solo asalto, contando con la sorpresa. Hicimos algunas prácticas de tiro, ahorrando balas y encontramos que todas las armas estaban buenas, menos el fusil ametralladora Madzen, muy viejo y muy sucio. Trasladamos a Fidel, en una pequeña nota, la idea nuestra y pedimos que nos comunicara por escrito la aceptación, o no del plan. No recibimos contestación de Fidel, pero por la radio, el dia 27 de julio, nos enteramos del ataque a Estrada Palma, según la información oficial por 200 hombres al mando de Raúl Castro.

La revista Bohemia pubiica, en el único número sin censara de aquellos días, un reportaje mostrando los daños causados por nuestras tropas en Estrada Palma, donde se quemó el antiguo cuartel y se hablaba de Fidel Castro, de Celia Sánchez y toda una pléyade de revolucionarios que habían bajado. En todo se mezclaba la verdad con el mito como sucede en estos casos y los periodistas no pudieron desentrañarlas; en realidad el ataque no estaba llevado por 200 hombres sino muchos menos y estaba dirigido por ei comandante Guillermo García (capitán por aquel entonces). Sucedió simplemente que no se pudo establecer combate porque Barreras se había retirado en esos mismos instantes, pensando lógicamente que el 26 de julio podía haber algunos ataques fuertes y des confiando quizás, de la posición. Prácticamente fue una expedición lo que se llevó a cabo en Estrada Palma. De todas maneras las tropas del ejército, al día siguiente persiguieron a nuestras guerrillas y, como todavía no teníamos el grado de organización suficiente, fue apresado un hombre que se había quedado dormido en una región cercana a San Lorenzo, según creo recordar.

Nosotros, después de tener esta noticia, decidimos trasladarnos rápidamente para tratar de atacar algún otro cuartel en los días inmediatos al 26 de julio y seguir manteniendo el ambiente propicio a la insurrección.

Cuando íbamos caminando para alcanzar la Maestra, cerca de un lugar denominado La Jeringa, nos alcanzó uno de los dos hombres que habían ido a buscar al desertor; nos comunicó que su compañero de misión le había dicho primero que era amigo íntimo del Chino Wong y que no lo podía traicionar, después, lo invitó a desertar y manifestó luego que no volvía a la guerrilla. Este compañero le dio el alto, pero el desertor siguió caminando, por lo que disparó, matándolo. Reuní toda la tropa en la loma anterior al teatro del suceso macabro, explicándole a nuestra guerrilla lo que iba a ver y lo que significaba aquello; el porqué se castigaría con la muerte la deserción y el porqué de la condena que había que hacer contra todo aquel que traicionara la Revolución. Pasamos en fila india en riguroso silencio, muchos de los compañeros todavía consternados ante el primer ejemplo de la muerte, junto al cadáver de aquel hombre que trató de abandonar su puesto, quizás movidos más por algunas consideraciones. de afecto personal hacia el desertor primero y por una debilidad política natural de aquella época, que por deslealtad a la Revolución. Naturalmente, los tiempos eran duros y se dictaminó como ejemplar la sanción. No vale la pena dar aquí los nombres de los actores, diremos solamente que el desertor caído era un muchacho joven, campesino humilde de aquella misma zona.

Volvimos a pasar por algunas zonas ya conocidas anteriormente. El 30 del mes de julio, Lalo Sardiñas hizo contacto con un viejo amigo, un comerciante de la zona de las minas llamado Armando Oliver, establecimos una cita en una casa vecina a la zona de California y allí nos vimos con éste y Jorge Abich, a quien le manifestamos nuestra intención dé atacar las Minas y Bueycito. Era un paso arriesgado poner en manos de otra gente el secreto, pero Lalo Sardiñas los conocía y tenía confianza en estos compañeros.

Armando nos informó que Casillas iba los domingos por las zonas, pues siguiendo las costumbres inveteradas de los militares, tenía una querida allí. Nosotros, sin embargo, estábamos más dispuestos a hacer un ataque rápido antes de que se conociera nuestra presencia, que tratar de dar un golpe de suerte y capturar a este militar conocido por sus felonías. Acordamos que en la noche del día siguiente, el 31 de julio, iniciaríamos el ataque. Armando Oliver se encargaría de conseguirnos camiones, guias para los lugares y un minero que se encargara de volar los puentes que comunican la carretera de Bueycito con la de Manzanillo-Bayamo. A las dos de la tarde del día siguiente emprendimos la marcha, tardamos un par de horas en llegar a la cresta de la Maestra donde dejamos todas las mochilas escondidas y seguimos con nuestro equipo de campaña. Teníamos que hacer un camino largo y cruzamos por una serie dé casas, en una de las cuales había una fiesta; hubimos de llamar la atención a todos los fiestantes y “leerles la cartilla”, de modo que quedaba bien claro su responsabilidad si se sabía algo de nuestro paso en ese momento y seguimos caminando a toda prisa. Naturalmente, él peligro en estos encuentros no era muy grande, pues no había teléfono, ni ningún tipo de comunicación en la Sierra Maestra por ese entonces y el informante debía correr a pie para llegar antes que nosotros.

Llegamos a la casa del compañero Santiesteban, que tenía una camioneta a nuestra disposición y también dos camiones más que Armando Oliver nos había mandado. En esta forma con toda la tropa montada, Lalo Sardiñas en el primer camión, Ramirito coamigo en el segundo y Ciro con su pelotón en el tercero, hicimos la marcha hasta el poblado de Minas, la que duró cerca de tres horas. En las Minas se había levantado toda vigilancia del ejército, de manera que toda la tarea fue tomar precauciones para que nadie se moviera hacia Bueycito; aquí se quedó la escuadra de retaguardia al mando del teniente Vilo Acuña, hoy comandante de nuestro Ejército Rebelde, y seguimos con el resto hasta la cercanía de Bueycito.

En la entrada del poblado paramos un camión de carbón y lo mandamos adelante con un hombre para ver si había vigilancia, pues a veces en la entrada de Bueycito una posta del ejército revisaba todo lo que salía de la Sierra; en ese momento no había nadie, todos los guardias dormían felices.

Hicimos nuestro plan simple, aunque algo pretencioso:

Lalo Sardiñas debía caer sobre el lado oeste del cuartel, Ramiro con su pelotón rodearlo totalmente, Ciro, con la ametralladora de la escuadra de la comandancia, estaría listo a. atacar por el frente y Armando Oliver llegaría despreocupadamente con un automóvil, alumbrando de pronto a los guardias; en ese momento la gente de Ramirito debía irrumpir en el cuartel tomando a todos presos; al mismo tiempo había que tomar precauciones para apresar a todos los guardias que dormían en sus propias casas. La escuadra del teniente Noda, muerto luego en ataque a Pino del Agua, era la encargada de detener cualquier tránsito por la carretera hasta que se iniciara el fuego y William fue enviado a volar el puente que conecta a Bueycito con el entronque de la carretera central, para detener algo a las fuerzas represivas.

El plan no pudo llevarse a cabo, pues era demasiado difícil para hombres que no conocían el terreno y sin gran experiencia. Ramiro perdió parte de su gente en la noche y llegó algo tarde y el carro no llegó a salir; en un momento dado los perros ladraron profundamente mientras colocábamos la gente en sus posiciones. En una casa, mientras transitaba por la calle principal del pueblo, me salió un hombre; le di el “alto quién vive” e1 hombre creyendo que era un compañero se identificó “la guardia rural”; cuando lo fui a encañonar saltó a la casa, cerró rápidamente la puerta y se oyó dentro un ruido de mesas, sillas y cristales rotos, mientras alguien saltaba por atrás en silencio; fue casi un contrato tácito entre el guardia y yo, pues no me convenía disparar, ya que lo importante era tomar el cuartel, y él no dio ningún grito de aviso a sus compañeros.

Seguimos avanzando buscando las posiciones para los, últimos hombres cuando el centinela del cuartel avanzó extrañado por la cantidad de perros que ladraban y probablemente al escuchar los ruidos del encuentro con el soldado. Nos topamos cara a cara, apenas a unos metros de distancia; tenía la Thompson montada y él un Garand:

mi acompañante era Israel Pardo; le di el alto y el hombre que llevaba el Garand listo, hizo un movimiento, para mí fue suficiente: apreté el disparador con la intención de descargarle el cargador en el cuerpo; sin embargo, falló la primera bala y quedé indefenso. Israel Pardo tiró, pero su pequeño fusil 22, defectuoso, tampoco disparó. No sé bien cómo Israel salió con vida, mis recuerdos alcanzan sólo para mí que, en medio del aguacero de tiros del Garand del soldado, corrí con velocidad que nunca he vuelto a alcanzar y pasé, ya en el aire, doblando la esquina para caer en la calle transversal y arreglar ahí la ametralladora; sin embargo, el soldado impensadamente había dado la señal de ataque, pues éste era el primer disparo que se oyera. Al oír tiros por todos lados el soldado, acoquinado, quedó escondido en una columna y allí lo encontramos al finalizar el combate que apenas duro unos minutos.

Mientras Israel iba a hacer contacto, cesaba el tiroteo y llegaba ya la noticia de la rendición. La gente de Ramirito, al oír tos primeros disparos cruzó la cerca y atacó por detrás del cuartel disparando rasante por una puerta de madsra.

En el cuartel habia doce guardias de los cuales seis -estaban heridos, nosotros habíamos sufrido una baja definitiva, la del compañero Pedro Rivero, recientemente incorporado, atravesado por un balazo en el tórax y, además, teníamos tres heridos leves. Quemamos el cuartel, luego de llevar todas las cosas que pudieran sernos útiles, y nos fuimos en los camiones llevando prisioneros al sargento del puesto y a un chivato llamado Oran.

El pueblo nos brindaba cervezas frías y refrescos en el camino, pues ya era de día, habia sido volado el pequeño puente de madera cerca de la carretera central; al pasar nosotros en el último carro, volamos otro pequeño puente de madera sobre un arroyo. El minero que lo hizo nos fue entregado por Oliver ya como miembro de la tropa, y fue una valiosa adquisición para nosotros; su nombre, Cristino Naranjo, comandante asesinado en épocas posteriores al triunfo de la Revolución.

Seguimos avanzando y llegamos a las Minas. Hicimos un alto para dar un pequeño mitin; como parte de la comedia uno de los Abich, comerciante de la zona, nos pidió en nombre del pueblo que dejáramos en libertad al sargento y al chivato, nosotros le explicamos que solamente los manteníamos prisioneros para garantizar, con la vida de ellos, el que no hubiera represalias en la población pero ya que lo pedían tan insistentemente nosotros accedíamos. De esta manera quedaron los dos prisioneros devueltos y el pueblo asegurado. Al salir hacia la Sierra, enterramos al companero en el cementerio del poblado;

apenas alguno que otro avión de reconocimiento volaba sobre nosotros a mucha altura, por lo cual nos paramos en una bodega, todavía en el camino para atender a los tres heridos; uno presentaba un tiro a sedal pero desgarrante en el hombro y fue la curación algo más difícil;

el otro tenía una pequeña herida de arma de poco calibro en la mano y el tercero un chichón en la cabeza producido por las patadas de las mulas del cuartel que al ser heridas o asustadas por el fuego daban coces en distintas direcciones y en una de ésas, según aquel compañero, le tiraron un pedazo de mampostera en la cabeza. En Alto de California, después de dejar los camiones, se repartieron las armas, aunque mi participación en el combate fue escasa y nada heroica pues los pocos tiros los enfrenté con la parte posterior del cuerpo, me adjudiqué un fusil ametralladora Browning, que era la joya del cuartel, y dejé la vieja Thompson y sus peligrosísimas balas que nunca disparaban en el momento oportuno. Se hizo el reparto y la adjudicación de las mejores armas para los mejores combatientes y se licenció a los que habían tenido peor actuación incluyendo a los “mojados”, un grupo de hombres que se había caído al río huyendo al escuchar los primeros disparos. Entre la gente que había tenido mejor actuación en aquel momento podemos citar al capitán Ramiro Valdés, que dirigió el ataque, y al teniente Raúl Castro Mercader que junto con algunos de sus hombres participó decisivamente en el pequeño combate.

Al llegar a las lomas nuevamente, nos enterábamos de que estaba establecido el estado de sitio, la censura y, además, nos enterábamos en ese momento de la gran pérdida que había sufrido la Revolución, al ser asesinado Frank País en las calles de Santiago. De tal manera, acababa una de las vidas más puras y gloriosas de la Revolución cubana y el pueblo de Santiago, de La Habana y de toda Cuba so lanzaba a la calle en la huelga espontánea de agosto, caía en una censura total la semicensura del gobierno, e iniciábamos una nueva época expresada por el silencio de los cotorros seudooposicionistas y los salvajes asesinatos cometidos por los batistianos en toda Cuba que se ponía en pie de guerra.

Con Frank País perdimos uno de los más valiosos luchadores, pero la reacción ante su asesinato demostró que nuevas fuerzas se incorporaban a la lucha y que crecía el espíritu combativo del pueblo.

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