Che Guevara.

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Benigno y Inti
(parte 2 >> parte 1)

El combate del Yuro

Che hizo un análisis rápido; si los soldados nos atacaban entre las 10 de la mañana y la 1 de la tarde estábamos en profunda desventaja y nuestras posibilidades eran mínimas, puesto que era muy difícil resistir un tiempo prolongado. Si nos atacaban entre la 1 y las 3 de la tarde teníamos más posibilidades de neutralizarlo.

Si el combate se producía a las 3 de la tarde hacia adelante las mayores posibilidades eran nuestras, puesto que la noche caería pronto y la noche es la compañera aliada del guerrillero.

"Inti" Peredo

Porque los cables han informado que el ejército nos detecto por dos vías: una por la viejita que informó al alcalde y a la vez el alcalde, quien recibió la información de uno de sus hijos que estaba recogiendo papas a la luz de un candil y que sintió bulla. Esa luz podría tener relación con la que nosotros vimos, que pudiera ser la del tipo ese qué dijo que estaba recogiendo papas, que nos vio pasar y que abandonó el candil y le avisó a su padre.

Todo eso permitió que el ejército nos ubicara concretamente en aquella quebrada, que supiera que nos estábamos moviendo en aquel punto específico.

Nosotros paramos a las 2:30 aquella noche, perdemos dos horas de avanzar, por toda una serie de condiciones de los enfermos, por las condiciones deplorables en que se encontraba el Chino que le hacían detenerse; cada cinco minutos se le cafan sus espejuelos. Ya aquellos espejuelos habían perdido un cristal y el Chino no veía prácticamente nada sin sus espejuelos.

Al amanecer, mas o menos a las cinco y media, el Che va hasta el lugar donde yo me encuentro —yo estaba bastante próximo a él— y me pregunta en qué condiciones me encontraba Yo noté que él deseaba algo de mí. Le dije que me encontraba perfectamente bien. Entonces me dice que si bien del todo o bien jodido. Yo le dije que no, que estaba bien. El me pregunta que si estaba tan bien come para hacer una exploración. Le respondí que si. Me dijo: "yo quiero que hagas una exploración por toda esta loma. Principalmente esta quebrada que tenemos al lado derecho". Me da al Pacho para que me acompañara por si tema que defenderme del enemigo, pues en aquel momento yo sólo podía valerme de una roano.

Al flanco contrario fueron Urbano y el Ñato, y al centro se mandó a Darío y Aniceto.

Como a los 100 metros de haber salido de allí, me pongo detrás de una matica para observar hacia lo que se llama la cresta militai de la toma que temamos enfrente. Pacho ve un individuo que hay parado en el firme de la toma y me dice: "mira dónde hay un hombre". Me lució en aquellos momentos un pastor, pero era muy temprano para que fuera un pastor. Era ya como las seis de la mañana. Pienso: pues será un campesino. Pero empieza medio que a rayar el Sol y el hombre comienza a caminar de un lugar a otro; ya me dio características de un centinela. Observo más en detalle y veo que a lo largo de la toma comenzaban a pararse soldados y a pararse y a pararse hasta que cubren toda la extensión de la toma

La quebrada de la derecha no tenía salida por el fondo. Arriba había una casa de un campesino. La quebrada del frente salía al medio de la tropa enemiga y la de la izquierda también salía a la tropa.

Regresé y le dije al Che: "óigame la cosa está mala. He podido detectar al enemigo allí arriba y están a lo largo y ancho de la loma". El contestó: "Bueno, vamos a meternos en esta quebrada de la derecha para tratar de ver si podemos pasar por lo menos el día de hoy desapercibidos, para ganar el firme por la noche y romper el cerco".

Aproximadamente a la una de la tarde (el día 10) Urbano escuchó una noticia que nos dejó helados: Las emisoras anunciaban la muerte del Che y daban su descripción física y su indumentaria. No había posibilidad de equivocarse, porque señalaban entre su indumentaria las abarcas que le había hecho el Ñato, una chamarra que era de Tuma y que el Che se ponía para abrigarse en las noches, y otros detalles que nosotros conocíamos perfectamente.

Un dolor profundo nos enmudeció: Che, nuestro jefe, camarada y amigo, guerrillero heroico, hombre de ideas excepcionales, estaba muerto. La noticia horrenda y lacerante, nos producía angustia, Permanecimos callados, con los puños apretados, como si temiéramos romper en llanto ante la primera palabra. Miré a Pombo. por su rostro resbalaban lágrimas.

"Inti" Peredo


Anochecía cuando bajamos a juntamos con Pombo, Urbano y Ñato, y fuimos a buscar nuestras mochilas. Ya estábamos actuando en nuestro medio. Preguntamos a Pombo:

—¿Y Fernando?

—Nosotros creíamos que estaba con ustedes, nos respondieron.

Cargamos nuestras mochilas y nos dirigimos presurosos al lugar de contacto. En el camino encontramos botados algunos alimentos, entre ellos harina, lo que nos llamó profundamente la atención, porque el Che jamás permitió que se botara alimento; cuando hubo necesidad de hacerlo, la carga se ocultó cuidadosamente. Más adelante encontré el plato del Che, bastante pisoteado. Lo reconocí inmediatamente, porque era una vasija honda de aluminio bastante característica. Lo recogí y lo guardé en mi mochila.

"Inti" Peredo.

Esa quebrada era la que no tenia salida, pero nos prestaba más camuflaje. El firme estaba a unos 500 metros; allí estaba el ejército.

Enseguida se mandó a recoger las exploraciones, se quitó la emboscada al frente de la cual estaba Antonio, y nos retiramos quebrada abajo. El Che decidió abandonar aquella quebrada central por la que íbamos y tomar otra que nos quedaba a la derecha.

El Che lo prepara todo, no dejó nada al azar; organizó la defensa, previó hacia dónde tentemos que ir. y si ocurría un desbande dónde teníamos que reagruparnos por primera vez; y si no podíamos reagruparnos ahí, dónde teníamos que reagruparnos estratégicamente, es decir hacia qué zona teníamos que ir. A la salida de la quebrada se monté una emboscadita con el Pacho, Arturo y Willy comandada por Antonio. Por el fondo de la quebrada hacia arriba, puso a Pombo y Urbano.

En el borde derecho de la quebrada, arriba, había un árbol. El Che me pregunta si yo podía subir allá. Yo le dije que si me ayudaban podía subir. Resuelto esto me dijo que no abandonara esa posición, que desde esa posición podíamos observar al ejército y en cualquier momento que nos atacara podría intentarse una posible retirada por ahí.

A eso de las ocho de la mañana me manda al Inti y a Darío para que me ayudaran, principalmente en lo que era la posta y la observación, a fin de que yo descansara un poco.

Como a las once de la mañana veo un movimiento del ejército, viene bajando en dirección a nosotros, y se lo informo al Che porque podía hablar con él, ya que se encontraba en la misma posición, solo que abajo, en la quebrada. El Inti, Darío y yo estibamos arriba en el borde de la quebrada y él estaba abajo, a una distancia de unos 20 metros, o sea lo que era la altura de la quebrada. El enemigo sigue bajando. Llega el momento en que yo no puedo continuar hablándole, pues podían oírnos.

Nos vemos en la necesidad de tener que ocultarnos los tres detrás del único árbol que había allí. La situación se nos hacía dura. El árbol era pequeño; su tronco estrecho; formaba una horqueta que me quedaba a la altura del cuello.

Aproximadamente a las 13 y 30, Che envió al Ñato y Aniceto a reemplazar a Pombo y Urbano. Para cruzar hacía esa posición debían atravesar un claro que era dominado por el enemigo.

El primero en intentarlo fue Aniceto, pero una bala lo mató. La batalla había comenzado. Temamos la salida cenada.

Los soldados gritaban: —Cayó uno, cayó uno...

"Inti" Peredo.

Entonces pensé: si me quedo aquí, Darío y el Inti no tienen donde parapetarse; y si se pone uno de ellos, los dos restantes quedamos igual, al descubierto. Lo que hicimos fue lo siguiente: como que Inti era más bajito que yo, lo puse hacia el tronco. O sea, que el Inti quedaba entre el árbol y yo. Darlo se sentó sobre mis pies, recostado a las piernas del Inti. De esta manera, los tres quedábamos protegidos y habla uno que podía combatir. En ese caso me tocó a mi por ser más alto.

En esta posición yo apoyaba el cañón de mi M-2 en la horqueta y disparaba por sobre el hombro del Inti, sin delatar nuestra posición de tiro pues algunas ramas bajas enmascaraban el punto. Tenía que disparar con la izquierda y sostener el fusil con ese solo brazo, pues el derecho —herido— carecía de movilidad. Por los costados del palo no se podía nacer fuego porque seriamos vistos por el enemigo, que estaba directamente enfrente, en el otro borde superior de la quebrada, a unos 25 metros.

Aniceto y el Ñato —que junto al Willy se hallaban con el Che— son enviados a relevar a Pombo y Urbano, para que éstos vinieran a unirse al Che, que seguía debajo de nuestra posición. Cuando se dirigían hacia el fondo alto en que estaban Pombo y Urbano, parece que Aniceto comete el error de salir un poco hada el centro de la quebrada a mirar hacia arriba, pues se oían las voces del enemigo. Los soldados lo ven, le hacen fuego y lo matan. Ahí mismo se forma el tiroteo, como a la una y media de la tarde.

Nosotros no teníamos visibilidad hacia los otros puntos en que estaban nuestros companeros, por lo que no pudimos ver sus movimientos en las horas siguientes. Los tres que estábamos arriba, en. el palo, prácticamente éramos los únicos que podíamos combatir, debido a la altura en que nos encontrábamos situados; los demás estaban en el lecho de la quebrada y no podían ver al enemigo parapetado arriba. Y de nosotros tres, uno solo había con posibilidad de disparar —que era yo— por mi situación favorable.

Allí se sacaron de combate once soldados: cinco de ellos muertos y seis heridos, durante el combate desigual. Es todo lo que puedo hacer desde mi frente, en esas condiciones.

Hasta muy avanzada la tarde seguimos tirando allí sin saber la suerte de los compañeros abajo. Hubo un momento en que estuvimos próximos a ser detectados allá arriba; es cuando; una columna de soldados viene por el firme en que nosotros tres estamos detrás del árbol. Pasan precisamente por ese lado, a unos cincuenta metros de nosotros, con rumbo hacia abajo, hacia la entrada de la quebrada, en una pinza para cerrar el cerco, pero no nos ven, siguen de largo.

Al rato, continúo disparando. Lo hago tira a tiro y aprovechando exactamente los instantes en que ellos disparan. De tal forma, mis disparos parecen como el eco de los que ellos hacen. Ellos imaginaban, seguramente, que les tiraban desde abajo, porque pude hacer una buena organización de fuego sin ser visto. Tenía mi fusil siempre tomando puntería hacia un determinado individuo, en espera de la oportunidad para disparar. Había logrado tal sincronización que, cuando de parte de ellos sonaba un tiro, yo hacia el mío. No supieron de dónde se les disparaba y les pude ablandar aquel frente, a tal extremo que en uno de tos momentos más intensos del combate, oigo claramente que el radista transmitía, probablemente a la jefatura de la compama: "Mi teniente pide permiso para retirar la tropa, mi teniente pide permiso para retirar la tropa. Estamos teniendo muchas bajas, estamos teniendo muchas bajas..."

Marchamos con sigilo. Ninguno ocultaba su inmensa preocupación por la suerte del Che y el resto de los compañeros.

Después de perder el rastro de nuestra gente volvimos a caer en La Higuera, lugar que nos traía recuerdos dolorosos que aún no se habían borrado. Nos sentamos casi frente a la escuela del lugar.

Los perros ladraban con persistencia pero no sabíamos si era delatando nuestra presencia o estimulados por los cantos y gritos de los soldados que esa noche se emborrachaban eufóricos.

Jamás nos imaginamos que a tan corta distancia de nosotros aún estaba allí herido, pero con vida, nuestro querido Comandante.

Con el transcurso del tiempo hemos pensado que tal vez, si lo hubiésemos sabido, habríamos tratado de hacer una acción desesperada por salvarlo, aun cuando eso nos significase morir en la empresa.

"Inti" Peredo.

A un suboficial que portaba un pequeño radio transmisor, tuve que hacerle tres disparos, debido a la rapidez con que me vi obligado a actuar, toda vez que era el que establecía comunicación con el grupo que accionaba el mortero. Oí claramente cuando transmitía al morterista una rectificación de sus tiros; y de acuerdo con los datos que daba, comprendí que estaban dirigidos hacia la boca de la Quebrada, donde combatían el Pacho, Arturo y Antonio. El primer disparo lo hiere en un brazo, cuando el morterista le pedia repetición de informe de corrección de tiro porque no había oído bien. Inmediatamente, sin poder afinar debidamente la puntería, le tiré por segunda vez alcanzándolo en el vientre, lo que le hizo encorvarse y dar unos pasos hacia los soldaditos próximos a él. Al insistir en hacer la comunicación, le hice el tercer disparo final Los soldados lo dejaron y echaron a correr para protegerse.

Al final de la tarde. Pombo trata de superar la quebrada por el lugar donde nosotros hablamos subido; junto a él estaban Urbano y el Ñato, que se le habían unido. Le hacemos seña de que no lo intentara, que el enemigo estaba enfrente y podía liquidarlo. Ellos esperan allí hasta las ocho de la noche, mis o menos, que es cuando los que estamos arriba podemos bajar.

Cuando bajamos, Pombo me pregunta: "¿dónde está el Che?", y yo le hago la misma pregunta. Es entonces que nos damos cuenta que el Che faltaba.

Nos vamos al primer punto de reunión: el Che tampoco estaba allí, pero allí había estado herido: encontramos su mochila, muchas cosas regadas y huellas de sus abarcas. Pensamos que podía haber ido al segundo punto de reunión, un lugar mas lejano que nos habla situado. Estábamos entonces en la necesidad de romper el cerco inmediato y lo rompimos aquella misma noche. Caminamos por arriba del firme para bordear La Higuera. Fue donde topamos con el enemigo. Presentamos combate. Pudimos seguir adelante. Habíamos roto el anillo que nos cercaba, sin mayores problemas.

Ibamos a buscar la vía hacia Santa Elena, que era el próximo punto de contacto, pero no era fácil continuar la marcha en la medida en que se acercaba el amanecer. Detuvimos la marcha para estar guarecidos durante el día en unos arbustos, a unos 600 ó 700 metros de La Higuera.

Por sobre ese lugar, el día 9 la aviación encontró pasadizo cuando vinieron a traer algunos oficiales y cuando se llevaron a nuestros compañeros muertos, según sabríamos después. En aquellos momentos sólo vimos las maniobras de los aviones y helicópteros.

Allí estábamos en la medianía de la loma, escondidos, cuando como a las 9:30 de la mañana sentimos un rafagazo. Como a las 10:30, cerca de las once de la mañana, sentimos otro rafagazo. Cerca de las doce del día oímos el último rafagazo, seguido de algunos tiros más. Más tarde comprenderíamos que cada una de esas descargas se había correspondido con el asesinato de Willy, el Chino y el Che. Pero qué lejos estábamos en aquellos instantes de imaginar lo que en realidad estaba sucediendo.

Como teníamos un radio de transistores, el día 10 a la una de te tarde nos pusimos a localizar el noticiero y oímos que daban te noticia de la muerte del Che. Al principio no lo creímos, pero poco después nos dimos cuenta de que era cierta cuando comenzaron a detallar sus generales y otros datos como la ropa que vestía, las medias que tenia, los zapatos que traía, cómo habían sido confeccionados, de qué tipo de material eran, y se referían a una serie de documentos de él —entre ellos una foto de su esposa e hijos, que nadie sino unos pocos sabíamos que él tenía— y de los compañeros que también habían caldo, cuya existencia nosotros efectivamente conocíamos. Nos dimos cuenta que, en efecto, era cierto lo del Che.

Sólo mucho tiempo después, cotejando las informaciones que conocimos llegamos a ciertas conclusiones sobre la forma en que se desarrollaron las cosas aquella tarde. Creemos que al fallar el plan inicial de quedamos dentro de la quebrada tratando de pasar inadvertidos, cuando el ejército nos detecta y comienza a rodearnos, el Che decidió la retirada.

Es probable que pudiera darse cuenta de que nos estaban terminando de hacer el cerco y decidiera, ante todo. tratar de alejar del lugar al grupo de compañeros que no podían combatir. Seguramente dividió el grupo con que contaba en el centro —donde estaba él— y a la entrada de la quebrada, de manera que los enfermos pudiesen avanzar, mientras él se quedaba hacia la entrada al frente de tos que podían combatir.

De esta manera cabía la posibilidad de que el grupo que no podía combatir pudiese salir antes de que el cerco se cerrase. Después sería cuestión de romper el cerco junto a tos demás que quedábanos.

El grupo que salió lo formaban el Moro (Muganga: el médico), Eustaquio y Chapaco. El Che les puso a Pabilo como guía y custodio, que aunque no estaba en las mejores condiciones de pelear —debido a su problema en un pie— era muy valiente y podía defenderlos.

El Che se queda con el Chino (aunque éste no podía combatir), con Willy, Antonio, Arturo y Pacho. Al alejarse el grupo de Pablito y el Che intentar salir de la quebrada es seguro que ya el ejército tenía cerrado completamente el cerco. Además, ya para ese momento, el ejército tenía controlada el área de entrada a la quebrada con fuego de mortero y ametralladora.

En algún punto, el Che tiene que haber chocado de frente con los soldadas, que eran de una sección al mando del sargento Huanca y es cuando resulta herido. El grupo de cubanos, muy buenos combatientes todos, tienen que haber hecho entonces una fuerte resistencia para permitir que Willy pueda intentar subir con el Che herido a una loma, por la que parece que pretendieron retirarse. Se ocultan, pero todo parece indicar que los localizan en forma casual, cuando un grupo de soldados llegó a ese mismo punto a instalar un mortero. El M-2 del Che había sido inutilizado por un disparo enemigo y su pistola no tenía balas. El Willy resultó gravemente herido y junto al Che —que apenas podía moverse— fueron apresados. Antonio, Arturo y pacho —mientras tanto— continuaron peleando hasta que cayeron allí mismo en el lugar del combate. El Chino, que se había extraviado, fue capturado después, ese mismo día, cuando vagaba por la quebrada. Para nosotros fue muy doloroso oir aquellas primeras noticias de! día 10.

Después de un buen rato sin poder reaccionar ante el tremendo impacto de lo ocurrido, tuvimos una conversación. Juramos seguir la lucha en cualquier circunstancia. Continuar combatiendo los seis que quedábamos. En esta decisión nunca hubo flaqueza: continuamos siempre con los mismos ideales y con los mismos propósitos, y comenzamos a actuar en ese sentido. Planeamos nuestro desplazamiento hacia otras zonas para reorganizarnos, pero todas esas posibilidades fueron quedando bloqueadas. Nuestra movilidad quedaba muy limitada ante la necesidad de no dejarnos ver de nadie. Las posibilidades de éxito eran demasiado escasas sin líneas de comunicación, de incorporación de nuevos combatientes y apertrechamiento, todo lo cual tenía que establecerse.

Fue así que, siempre con la misma disposición a continuar la lucha que habíamos iniciado junto al Che y a los demás compañeros que cayeron, decidimos que lo más importante sería desarrollar todas esas tareas para reiniciar la guerra nuevamente. De esta manera se decidió la conveniencia de nuestra salida para testimoniar lo que allí había ocurrido.

El hecho posterior de que durante más de dos meses burláramos los cercos de dos divisiones de "rangers" que lanzaron contra nosotros, y que sólo cinco hombres le ocasionáramos 62 bajas (43 muertos y 19 heridos), según los propios partes oficiales, con una sola de nuestra parte (la de Ñato), vendría a demostrar la vulnerabilidad de aquellas fuerzas entrenadas por los yanquis, y la certeza de que era posible la lucha armada guerrillera contra ellos, una vez superadas determinadas situaciones.

Es difícil reflejar exactamente, en sus menores detalles, un momento saturado de tantas emociones, de sentimientos tan profundos, de dolor intenso y de deseo de gritar a los revolucionarios que todo no estaba perdido, que la muerte del Che no se convertía en panteón de sus ideas, que la guerra no había terminado. ¿Cómo describir cada uno de los rostros? ¿Cómo reproducir fielmente cada una de las palabras, de los gestos, de las reacciones, en aquella soledad impresionante, bajo la amenaza siempre permanente de una fuerza militar canibalesca que nos buscaba para asesinamos y ofrecía recompensa por nuestra captura "vivos o muertos"?

Sólo recuerdo que con una sinceridad muy. grande y unos deseos inmensos de sobrevivir, juramos continuar Id lucha, combatir hasta la muerte o hasta salir a la ciudad, donde nuevamente reiniciaríamos la tarea de reestructurar el ejército del Che para regresar a las montañas a seguir combatiendo como guerrilleros.

Con voces firmes pero cargadas de sentimientos, esa tarde surgió nuestro juramento, el mismo que ahora cientos de hombres de muchas partes del mundo han hecho suyo, para plasmar en la realidad el sueño del Che.

Por eso la tarde del 10 de octubre Ñato, Pombo, Darío. Benigno, Urbano y yo dijimos en la selva boliviana:

"CHE:

"TUS IDEAS NO HAN MUERTO. NOSOTROS, LOS QUE COMBATIAMOS A TU LADO, JURAMOS CONTINUAR LA LUCHA HASTA LA MUERTE O LA VICTORIA FINAL. TUS BANDERAS, QUE SON LAS NUESTRAS, NO SERAN ARRIADAS JAMAS. VICTORIA O MUERTE".

"Inti" Peredo.

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Lugar exacto en uno de los tres cañadones de la Quebrada del Yuro, donde el Che y los 16 hombres restantes que componían el 8 de octubre de 1967 su columna, se detuvieron para descansar durante dos horas -- de 2:00 a 4:00 -- en la madrugada. Nueve horas después comenzaría el último combate militar librado por el Che.
"A las 17:30, Inti, Aniceto y Pablito fueron a casa de la vieja que tiene una hija postrada y una medio enana..." escribió el Che en la última pagina de su Diario. En la foto, la denominada vieja de las cabras y una de las hijas referidas por el Che.
Panorámica tomada desde el borde superior del lecho de la Quebrada, que se asemeja más a las condiciones naturales existentes el día del combate, que muestra las lomas peladas, apenas si” vegetación Un árbol de pequeñas dimensiones —como el que aparece en el primer plano hada la izquierda— sirvió de parapeto al Inti, Darío y Benigno, y des él se le hicieron once bajas al ejército aquella tarde.
Vista panorámica del área donde se encuentra ubicada la Quebrada del Yuro, a poca distancia de La Higuera y el Jagüey.
Todas las versiones insisten en señalar este punto como el último lugar de combate o trinchera del Che, en el lecho de la Quebrada, el 8 de octubre de 1967. Foto superior: visión más amplia. Foto inferior: visión cercana.
Escuelita de Lo Higuera donde fue ultimado el Che el 9 de octubre. Se fea planteado que en la habitación que“ da a la puerta de la derecha —segunda después de la ventana fueron asesinados el Willy y el Chino, poco antes de que lo fuera el Che en la habitación contigua —puerta de la izquierda. Esta pobre edificación fue destruida con posterioridad, para Impedir se transformase en lugar de referencia histórica revolucionaría. En la loma que se observa en esta misma foto, hacia la izquierda, estuvieron aquella noche y parte del día 9 los seis únicos cobrevivientes del combate (Inti, Ñato, Darío, Pomba, Urbana y Benigno) y desde ese lugar oyeron los disparos asesinos, sin que supiesen en aquellos momentos de lo que se trataba.