Che Guevara.

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Eugenio Dolmatovski

Las Manos de Guevara

Parecía acabada ya su vida
cuando ante sus verdugos con voz fuerte
en fiera acometida
gritaron su odio y su asma los supremos
“¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!”
...Andar o respirar ya no es penoso,
en un rincón el diario destrozado...
En una aldea de Bolivia, hermoso
sobre el piso de tierra de una escuela,
retorcido, injuriado,
su cabeza a lo eterno inmortal vuela. ¿Y las manos?
Las ataron con sogas los gusanos—
¡Aun muerto les infunde horror su cara!
¡No por gusto es Ernesto Che Guevara!
¿Es posible que sea él inerte?—
disputa la jauría mercenaria.
Pero ¿cómo lograron darle muerte?
Por dos años su sombra libertaria
sorteó todas las trampas y los lazos.
¿El jefe en el Pentágono creería
que los gusanos como él les decía
derribaran al águila a zarpazos?
La situación es tensa: nadie piensa
que es fácil recibir la recompensa.
No pagarán el simple cuento crudo,
hay que documentar el torvo acto:
presentarles el cuero cabelludo,
para ser más exacto.
Hoy en día Mayne Reid no ha de salvarles...
En la aldea comentan: no hay expertos
en los indios de aquí para arrancarles
los cueros cabelludos a los muertos,
lamentan que no exista algún secreto
rincón en todo el valle en que los días
de su plácido asueto
pasara el fugitivo que en sombrías
cárceles de Berlín despellejaba
a los rusos; qué hermosa cabellera
para arrancar, que en todo el mundo, brava
se alza con una boina por cimera
y una estrella radiante,
de ejércitos rebeldes comandante.
Ya en las garras de los verdugos diestros
sugirió uno de los asesinos
tomar las huellas de los dedos finos,
comprobando que el Che, por los maestros
de tortura, abatido fue en su oficio.
Aunque no se somete un muerto a juicio,
el míster pleitearía en este caso,
pero los rangers junto con sus miedos
no llevan tinta en la mochila, acaso
por no manchar sus dedos...
Según la ciencia que al verdugo ampara,
comprobada en Viet-Nam recientemente,
le cortaron las manos a Guevara,
las pusieron con rabia diligente
en alcohol y después para esas manos
un helicóptero a La Paz pidieron
y en cortejo, escoltándolas, se hundieron
ruines en la cabina los gusanos.
La caza de dos años culminada...
¿¡Entenderían por qué el héroe en fieras
ráfagas defendió la retirada
de su grupo en el monte allá en Higueras?!
Todo extraña a las bestias, y las manos
muertas en cautiverio de cristal
están colmadas de amenaza pura.
¿Por qué dejó La Habana y sus hermanos
renunciando a sus cargos por la dura
batalla desigual?
¿Por qué a indios miserables y sin fe
está dispuesto a dar el corazón,
los nervios, la esperanza, la razón?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¡No pueden los verdugos
comprender a las águilas sin yugos!
Que él no existe, en el mundo vociferan,
mas los rangers aprestan los gatillos
pues piensan que estas manos aún pudieran
romperles la nariz con sus nudillos.

Recuerdas que decía:
“Hay un fantasma que recorre Europa:
el Manifiesto en su cantar profético?
Ha crecido, la historia en él galopa,
derechos pide con clamor frenético.
En este siglo veinte
“el fantasma tenaz del comunismo”
por Africa, por Asia anda valiente,
transita por América consciente
de que es difícil su heroísmo.

Hoy esta imagen ya no es vaga; inquieta
—la Inteligencia sabe sus senderos—
con volantes convoca compañeros,
lleva una boina, viste una chaqueta.
La huella brusca de sus pies la supo
la arena de la puna, el musgo del pantano,
él inició con su pequeño grupo
la marcha libertaria de su hermano.
¡Soñadores! ¡Románticos! ¡Poetas!
Desesperadamente bondadosos
corazones, sus vidas, cual profetas
jóvenes, para no atenuarse, airosos,
listos están a arder como cometas.
Parecía
que se repetiría
la victoria de Cuba allá en lo alto.
¡Adelante! ¡Al asalto!
cantan las clandestinas emiroras,
sólo esta orden dan a todas horas.

Los cubanos, peruanos, bolivianos,
avanzan sin tener descanso o sueño,
los criollos semblantes iracundos
—y allí de súbito el azul risueño
de ojos que, como el Báltico profundos,
van junto a ellos, por la misma senda
de calor sofocante y fría lluvia:
la guerrillera Tania en la contienda,
hija de comunistas alemanes,
el fusil sobre su cabeza rubia
alza y camina hacia su cruel destino
y Río Grande, el turbión de sus afanes,
a convertirse en Petríschevo vino.
El paralelo está condicionado,
pero el tiempo repite las versiones.
Lejos Guevara está de lo anhelado,
le pisa el enemigo los talones,
y yo en mi corazón las quemaduras
siento cual si en Bolivia yo muriera,
como si me arrastrara delirante
en el cuarenta y uno hacia las puras
aguas del Dniéper, cercado, la guerrera
rota, descalzo, el casco roto, ante
las fronteras de Kíev, y el juramento
repito en español cual si rompiera
el cerco de Madrid este momento.
La desgracia enfurece,
la vieja herida en nuestros pechos crece...
Ahora en las fronteras
de otras tierras las tropas guerrilleras
cayeron en el cerco y fue arrastrado
Guevara a la mazmorra. Esto ha pasado
en el sesenta y siete, año reciente.
Hombres de hoy, recordemos:
le golpearon el plexo y en su ardiente
delirio murmuraba: “¡Venceremos!”

En la noche asfixiante los reptiles,
Maldiciendo con su rabia impotente
a todo comunista, sus fusiles
dispararon sobre él, exactamente
como a ti, a mí, a todos sus hermanos.
Cortaron luego sus dos manos
ladrando los sabuesos
para no oir la quiebra de los huesos
que acariciaron niños y montañas,
que (empuñaron fósiles y) machetes
cortando cañas,
cortando cañas
hasta agotar los hombros, las lacónicas
manos que al pie
de los billetes
firmaban “Che”,
las de ligeros versos y albas crónicas
que dieron fuego a cada hoguera inerte,
las manos que en Moscú, en la Gran Sala
de las Columnas, tuve yo la suerte
de estrechar. No me iguala
el breve choque de su diestra fuerte
con él, es un motivo que no basta
para sentirme alguien de su casta.
Soy su contemporáneo, nada más.
¿Acaso es poco honor?
O quizás sea su predecesor,
pero su primogénito jamás.
Guevara habló sobre esto. En las trincheras
de Stalingrado, en raids aéreos luego
asaltando ciudades, presagiamos con fuego
el asalto al Moncada, las banderas
del entonces muy joven Fidel Castro.
Y la Sierra Maestra siguió el rastro
de los Cárpatos, los Che guerrilleros
gritaron en nuestros comunicados
y hubo amenazas de arrasar los fieros
barbudos en Smolensk atrincherados.
Quizás por eso al ir a la reunión
en la Sala de las Columnas, ante
Rokossovski se abrió la admiración
de este audaz caballero y comandante
con su uniforme olivo resonante
como (recia) y metálica armadura
igual que descendiendo de la altura.
Yo conservo el recuerdo venerado
de la barba sobre la cara pálida
y el choque firme, eléctrico, apretado,
de su mano reseca, dulce y cálida.

Tenía el enemigo preparado
su recurso de siempre, su tabú:
regó en el mundo el juramento airado
en un grito: “¡la mano de Moscú!”
La mano de Moscú —en plantes calladas,
la mano de Moscú —en puños enhiestos,
la mano de Moscú —en los manifiestos,
la mano de Moscú —en las barricadas.
Los moscovitas saben todos estos
y otros detalles, sobre ellos se arroja
la culpa si el siglo alza una bandera
y un fusil y su sangre fiera y roja.
De pronto el yate “Granma” a la ribera
de una isla llegó de aguas coléricas
con su grupo de gente valerosa.
En el Caribe, entre las dos Américas,
surgió Cuba con filo de estilete.
¿Blandió acaso el puñal de hoja filosa
(no de Damasco sino fiel machete)
la mano de Moscú en estas arenas?
Fueron Fidel, soldado y abogado,
y el Che, argentino, médico y soldado,
y jóvenes cubanos por decenas
con pólvora casera y gesto airado
sobre nubes de azar quienes con gloria
trocaron los reveses en victoria.
Pero “¡la mano de Moscú!” lo mismo
repiten, el tenaz recurso inmundo,
la misma argucia, los sabidos trazos;
pero a Moscú le faltarían brazos
para abarcar tanto heroísmo
como existe en el mundo.
Moscú tiene sus reglas y su ciencia
pero a nadie la impone su conciencia—
aunque a quien lucha su ancha mano tiende,
y le alienta y comprende,
y todo se lo brinda a sus amigos.
La senda de la América Latina
a la justicia es ardua, en todos lados
siempre lo ha sido —pero la camina,
pues los puños del Che a los enemigos
amenazan aun después de cortados.
En la urna ¡rompible
la piel se hizo, si cabe, más sensible,
nácar volvió el alcohol cada membrana,
las uñas se velaron de tul fino;
debió esfumar tal prueba el asesino
pues con la vida pagará mañana
su crimen, pero aun siendo inaudito
fue el propio delincuente
quien conservó la prueba del delito
con siete llaves, y contra su frente
se volverán en el día triunfal
la piedra, el hierro y el cristal.
Victorias negras hay que la derrota
llevan consigo en ritmo de agonía.
En el Yuro, la quebrada sombría,
al enemigo una victoria rota,
una de estas victorias, dio alegría.
Hay derrotas en cuyo fondo oscuro
la pólvora del triunfo se amalgama
y en las frías pavesas hay la llama
que arderá con su luz en el futuro.
De súbito, al momento
de recordar Bolivia lo occurido,
una clara bandera flameó al viento,
el salitre de Chile se vio ardido,
al Perú sacudió un temblor violento.
Madura en Argentina el estallido
del tiempo decisivo y la colérica
lucha, porque no en vano el aguerrido
hijo lo es ya de toda América.
Yo vi en Moscú la luz primera,
y ya desde mi infancia pionera
soñé con todas estas explosiones
armadas y con las revoluciones
de estos tiempos febriles. ¡Oh ingenuos sueños infantiles
que tuve y presentí!
Quien lucha ve a Moscú ejemplar, sencilla,
y tuvo México a su Pancho Villa
y Cuba tiene a su José Martí.

Nos rigen otra vez las pulsaciones
del tiempo, el mundo gira ensangrentado,
no terminé mis versos, mis canciones,
las canas que escribí aún no he enviado,
debo volar de noche, desvelado—
todo tan rápido, imprevisto, urgente,
que ni soñar ayer pudo mi mente
ver con el alborear de la mañana
la cabeza de azúcar de La Habana.
A las nubes las alas han llegado
y estupendo a los hombros llega el cielo,
No en vano me creerán afortunado:
voy a la Cuba de leyenda en vuelo.
Fraterno rodé en más de un continente:
el Volga, el Elba, el Río Rojo, el Nilo...
y sólo el hemisferio de Occidente
aún no había logrado ver tranquilo.
Al construir el Metro allá en el año
treinta y cuatro, entre bravos komsomoles
voluntarios, en cada travesaño
soñaba con el túnel que abriría
por el eje terrestre, entre crisoles,
y a la América misma llegaría.
¡Larga faena habíamos comenzado!
Hoy nuestros hijos siguen la jomada.
Entro al avión, al túnel escarchado:
hago hoy mi guardia de la madrugada.
El universo se hace inmenso donde
allá en el horizonte todo es lejos,
la aurora dieciocho horas se esconde,
la noche de antemano programada.
Las azafatas mueven sus trebejos
repartiendo alimentos, pero nada
te alegra aunque todo es maravilloso...
¿Qué piensas? ¿Por qué estás tan silencioso?

¿No será tarde para hacer el puente
a través de la tierra en la neblina?
¡Qué largo se nos hizo el eje ardiente
Para llegar a América Latina!
Me pesa no haber hecho este camino
cinco años antes que una noche clara
los fascistas, en (aquel rancho andino),
dispararan diez balas a Guevara.
Hoy ya sabemos quién fue el asesino:
con instinto malvado a los autores
dio entrenamiento y armas, los traidores
cubanos de (razón) y entrañas rotas,
los cambiados por latas de compotas.
Bien se sabe que la Revolución
poseyó siempre un alma generosa,
pero los llantos enemigos son
lluvia de balas que al matamos goza.
Tal me parece que razono igual
que un niño acerca de un Quijote actual,
cual si cambiar pudiera el sino cruel
de Guevara con sólo ir hacia él,
salvando escollos prevenirle el mal.
Pero cuando ensillaba a Resinante
no un soviético hidalgo era su pista
ni buscaba consejo en tierra extraña.
Temerario era el Che, invicto, constante,
hijo de mundial prole comunista
nació para la hazaña.
En la noche cruzó abruptos senderos,
su corazón ardía hacia las llores
del luminoso enjambre de luceros.
¿Y las faltas menores,
los errores?
Tarde es para cambiar lo consumado.
Por siempre amigo,
hermano a nuestro lado
Camina, y con inquina
Matarnos quiere el enemigo.
La noche termina...
Como humo de tabaco el aeropuerto
de La Habana surgió entre la neblina
y vi de nuevo en el fulgor opaco
una foto del Che, vivo, no muerto,
con boina y en la boca su tabaco.

Ah, camaradas poetas cubanos,
qué rápida amistad fundí en un vuelo
por tres partes del globo a vuestro suelo,
¡tan lejanos ayer y hoy tan cercanos!
Al mediodía pleno de calor
y humedad iniciamos la cordial
charla colmada de fraterno amor
siendo de noche en mi Moscú natal
y en el sol del Vedado con su ardor
se abrieron amplios nuestros corazones,
y al alba de Moscú, con sus canciones
llegó el nocturno Julio en carnavales,
con guitarras y danzas y explosiones
de fuegos artificiales.

Mas por doquiera, en playas, plantaciones,
en patios de vacías casas, tensa
su sistema nervioso la defensa,
su guardia sin reposo, sus cañones.
Sólo a cinco minutos de este suelo
el águila imperial tiende su vuelo.
La alerta necesaria nos advierte.
Fidel y el Che en altas pancartas vemos:
“¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!”

También la alarma nos unía más
en la charla sincera y el ardiente
debate, vuestra es la más reciente
Revolución... Cincuenta años atrás...
La Revolución
tiene la misma alarma, igual sonido
aunque con otra entonación.
La Revolución
tiene umbrales distintos pero el mismo
viento empuja la misma embarcación.
La Revolución
tiene consignas y plazos distintos
pero es la misma su ambición.
La Revolución
tiene otras ropas y distintos ritmos
pero es la misma su canción.

Se callan las guitarras y tambores,
las serpentinas páranse también
cuando a Guevara en versos luchadores
lee el irrendible Nicolás Guillén.
Supe que mi alma no se calmaría
hasta que a versos rusos no vertiera
los que escribieron sus manos un día
en el cincuenta y seis, cuando partiera
hacia Cuba en el “Granma”, flota apenas
de un solo barco pero en él, dispuesto
a romper las cadenas,
su amor a la gran causa tuvo un puesto.
Y tituló Guevara su canción
“Canto a Fidel”. He aquí nuestra versión:

Vamonos,
ardiente profeta de la aurora,
por recónditos senderos inalámbricos
a liberar el verde caimán que tanto amas.
Vamonos,
derrotando afrentas con la frente
plena de martianas estrellas insurrectas,
juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte

Cuando suene el primer disparo y se despierbe
en virginal asombro la manigua entera,
allí, a tu lado, serenos combatientes,
nos tendrás.

Cuando tu voz derrame hacia los cuatro vientos
reforma agraria, justicia, pan, libertad,
allí, a tu lado, con idénticos acentos,
nos tendrás.

Y cuando llegue al final de la jornada
la sanitaria operación contra el tirano
allí, a tu lado, aguardando la postrer batalla
nos tendrás.

El día que la fiera se lama el flanco herido
donde el dardo nacionaliwdor le dé,
allí, a tu lado, con el corazón altivo,
nos tendrás.

No pienses que puedan menguar nuestra enteraza
las decoradas pulgas armadas de regalos;
pedimos un fusil, sus balas y una pena.
Nada más.

Y si en nuestro camino se interpone el hierro
pedimos un sudario de cubanas lágrimas
para que se cubran los guerrilleros huesos
en el tránsito a la historia americana.
Nada más.

Pasé minutos duros, horas secas,
traduciendo estos versos en su estilo,
sentí que me cortaban las muñecas
con un machete de aguzado filo.
No sé si son sencillos, no sé apenas
si son maravillosos o medianos,
pero me parecieron recias venas
creadas por sus manos,
sus manos
en Higueras cercenadas,
en la Quebrada del Yuro,
en el sesenta y siete un día oscuro,
esas manos a muerte condenadas
y escondidas después taimadamente.
Ignora el mundo cuándo y cómo hurtadas
fueron las manos del valiente.

¿Y si fueron halladas
las manos, si del Che y de su contienda
no terminara la leyenda?
Lo real, lo fabuloso, son vecinos—
desde hace más de un siglo se ha contado
la leyenda del corazón truncado
que iluminó a las gentes los caminos.
Siguiendo el hilo de esta vieja historia
la doy por cierta, pues de forma rara
retornaron a Cuba en trayectoria
hacia su hogar las manos de Guevara.
No pasó un año del instante
que la guerrilla fuera descubierta,
muerto el Che comandante,
cuando en Bolivia, de la abierta
caja fuerte del propio presidente
el diario del Che misteriosamente
desapareció,
desapareció y apareció en La Habana con su aliento
y el mundo recorrió
con sus palabras tristes, puras,
como banderas tremolando al viento.
Y después de las duras,
largas horas de encierro en su crisol,
sin saber su destino todavía,
siguiendo al diario por la misma vía
regresaron las manos en alcohol.
Las de ligeros versos y albas crónicas,
las que blandieron mochas y machetes
cortando cañas, cortando cañas
hasta agotar los hombros, las lacónicas
manos que al pie de los billetes
firmaban “Che”.
Las reglas violo aquí del argumento,
no cuento con detalles quién y cómo
las reliquias del Che a su monumento
restituyó en La Habana con aplomo.
Ahora era nuestro amigo
pero antes fue nuestro enemigo.
Porque él participó —créanlo o no—
en la caza de Ernesto Che Guevara.
Mas luego, por la clara
grandeza de esa muerte herido,
fue esclavo y emisario arrepentido.
Deudas que no se saldan ni con creces
hay, de mal en peor vamos a veces:
hay que tener presente en lo profundo
que no hay pilar sagrado en este mundo.
Mas seguimos. Crecen nuestras raíces
y anhelamos que en todos los países s
e alcen todos los hombres encorvados,
todos los ciegos sean iluminados.
Dispuestos a enjuiciarnos con dureza
para unos con otros ser mejores,
creemos en la alarma y sus clamores
cargados de nobleza
que a pesar de ellos gobernar hacemos
y siempre garantizan nuestra suerte:
“¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!”
Queda aquí la leyenda del Che entera,
de sus manos cortadas, y del puro
y vivo ejemplo que él nos diera
alzamos monumentos al futuro.
Mas no cambia la fuerza conocida—
hay muerte y vida, paz y guerra,
nosotros y ellos, astros: destellos de la tierra
que como hoguera humeante clama
por contraposición de bruma y llama.
Mantiene el enemigo su amenaza,
extranjeros cercanos y lejanos,
pero todas las manos
de muerte no pudieron darles caza
a las manos del Che, indefensas, puras.
¿Quién cree que ellas aún hoy no son duras?
Su carácter, su aliento
era suave y violento.
Hoy las manos del héroe arman los rojos
caballeros andantes de estos días.
Cuanto tú veas lágrimas sombrías
atenacear sus ojos
es humo del combate lo que vemos.
Inunda el sur nuestra consigna fuerte:
“¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!”
(traductor – David Chercian)